Correr se ha puesto tan de moda que ahora sólo quiero hacer
lo contrario, y eso que tengo que prepararme para correr diez kilómetros en poco más de un mes. Ir a la carrera es algo habitual en el siglo XXI y mi pan de
cada día, aunque yo, por definición, soy amante de la slow life, algo que paradójicamente practico demasiado poco.
Me gusta levantarme tranquilamente, tener mi tiempo para
desayunar e ir paseando a los sitios, cuando en realidad lo que
hago es lo mismo pero deprisa, lo que quita todo el encanto a cosas tan
deliciosas como comer o buscar una planta que llene ese rincón absurdo que
tienes en casa.
La filosofía del tupper es útil, pero a la larga me agobia y
llega un día en el que me digo: basta ya. Ese momento ha llegado (una vez más) y por eso,
ya que el sabor a Navidad se empieza a notar en la ciudad,
pongo mi reloj a cero y espero que, aunque sea por unos días, cada minuto cuente.
(Filandón)
En estos días en que los minutos serán valiosos tengo deseos
acumulados por cumplir como una comida de fin de semana en Filandón, leer Bon Viveur siempre que tenga tiempo, hacer alguna de las recetas de Bakers Royale, encontrar un poco de muérdago para ponerlo a la puerta de casa y que la
gente se bese al llegar o lanzarme de una vez a correr sin tener prisa.
(Bakers Royale)
Puedo hacer mil cosas en un día, pero por mucho
que la red sea el futuro quiero pararme a leer los periódicos en papel (también
esas secciones que me dejo leer en vacaciones), quiero
que vuelvan esas conversaciones sin punto y final que teníamos entonces, cuando
vivíamos juntas y quedaba mucho tiempo por delante, y decir #NO a todos los
restaurantes que tengan turnos para cenar.
Tengo ganas de conocer la floristería Moss de la que todo el mundo habla, leer tranquilamente lo que dice la belle Garance sobre Corsica, pero también sobre su vida; encontrar algo precioso en Kenay Home o disfrutar más de los pequeños Peter Pan que ahora hay en mi mundo, ¿podré hacerlo? Lo dudo pero lo intentaré.
(Moss)